La destrucción progresiva de los partidos políticos en Venezuela, tiene más de 23 años, eso lo sabemos todos. Es una destrucción con múltiples causas y dimensiones, entre las que deben contarse tanto la necesidad de transformar las prácticas y dinámicas organizacionales, como la coincidencia con el replanteamiento de las bases doctrinarias, que se ha presentado a nivel mundial.
Durante ese tiempo se han creado partidos nuevos, con más o menos éxito y supervivencia, con buenas y malas alternativas de organización y funcionamiento, con mayor o menor credibilidad, y horizonte de vida.
En medio de todo ese proceso, una característica se aprecia muy reiterada y es la construcción de figuras, como referentes, más que de proyectos, visiones e ideas. El germen de personalismo político que siempre ha minado el universo socio-político venezolano.
La dinámica de los partidos también ha estado signada por la creencia ciudadana de que ser político es malo, por lo que la participación en los partidos, se dejaba para otros, porque los ciudadanos que se ufanaban de serlo, prefieren otro tipo de acción.
Otro elemento presente en la dinámica política del país, del que estamos viviendo una catastrófica consecuencia, es la idea de que los militares son los encargados de «poner orden», por eso apoyar a un ex-militar golpista y aglutinar todo un movimiento político, incluso «ideológicamente adversario» a la lógica militar, fue la base para la construcción del mezclote que hoy se ha convertido en los que controlan el poder y el Estado.
El monopolio de los recursos de diverso tipo, así como el uso de una lógica de sumisión, instrumentada por las ventajas que les da el control del poder y las armas, y la destrucción institucional, que incluye a las Fuerzas Armadas, hacen que se mantenga su «militancia», así como que puedan organizar y llevar a cabo acciones político-partidistas, con relativo éxito. También les permite establecer alianzas y espacios de coexistencia con grupos violentos e irregulares, para ampliar el control político, así como extender la instrumentación de parte de sus negocios ilegales.
A su vez sabemos, que tiene más de 23 años el surgimiento de un movimiento de activistas fuera de los partidos, la creación de Organizaciones No Gubernamentales y no partidistas, aunque sí políticas (por la naturaleza de la acción ciudadana), en diversos ámbitos, con acciones e iniciativas que muchas veces son complementarias a las de los partidos y otras, coinciden y hasta compiten con ellos.
Estas organizaciones también se han multiplicado y diversificado y por la naturaleza de su acción, tienden a estar presentes en ámbitos territoriales específicos y en muchos casos, han logrado construir redes puntuales o temporales, para ampliar rangos de acción, en tema, población objetivo y territorio.
Obviamente, estas organizaciones por muy grandes que sean, por muy extendido que estén sus ámbitos de acción y territorial, no son, ni pueden ser las sustitutas de los partidos políticos.
Es por esta razón que, en todas las oportunidades en las que se ha podido y requerido, en estos 23 años, las alianzas entre organizaciones, específicamente en el mundo opositor, han incluido tanto a partidos, como a organizaciones no partidistas.
El punto central de ello, era poder ampliar y fortalecer la organización para construir una alternativa que permitiera el regreso a la democracia en Venezuela. Una alternativa para poder enfrentar el monopolio del poder y del Estado como práctica, así como la destrucción institucional y de la democracia que hemos experimentado de forma progresiva.
En la última parte de estos 23 años, el propósito también debió incluir el abordaje y superación de la emergencia humanitaria que vivimos y que, todos tenemos claro, bueno, deberíamos tener claro, es producto de la gestión del oficialismo desde 1999.
Sin embargo, dada la destrucción de las organizaciones partidistas y las dificultades y atomización del universo opositor, es cada vez más cuesta arriba retomar y reconstruir un espacio de encuentro en el que apoyar el proceso para impulsar el cambio político que se requiere, para regresar a la institucionalidad, las libertades, los derechos humanos, la convivencia y la democracia.
Pero no es sólo la atomización de las organizaciones, ni siquiera la confrontación por diferencias (naturales para quienes creen en la diversidad y la democracia), ni la falta de recursos sin los que es imposible mantener actividades, ni los riesgos asociados a la criminalización que se hace desde el poder para frenar la acción política no oficialista; no es sólo lo que se puede apreciar a simple vista.
Hay un problema de fondo que, por una parte se une a la lógica del personalismo, y por la otra, le da piso o sustenta las falsas creencias de que «ser político es malo» y que «los militares ponen orden». Un problema que se agrava por, y agrava la existencia de múltiples ópticas, tácticas y estrategias. Se trata de las viejas prácticas, las que hemos visto en ejecución durante estos 23 años y mucho antes, unidas a la errada creencia que dice que el fin justifica los medios.
Me refiero, como he mencionado muchas veces, a la ejecución de «operaciones políticas». Ese también es un germen que comenzó colándose en el mundo partidista, siguió expandiéndose a diversos ámbitos y que se ha extendido a todo el universo político venezolano.
En el caso de la creencia, el problema es que impacta la definición de alianzas, estrategias y tácticas, sin entender que la máxima del fin justifica los medios, no existe, porque los medios determinan las cualidades del fin. Ésto implica que dependiendo de los medios, por ejemplo, construcción de un espacio de encuentro entre organizaciones, convocatoria a acciones de protesta, asistencia de unos cuantos a una reunión en Miraflores, suscribir comunicados conjuntos, o escribir cartas suscritas por muchos o pocos; el resultado puede ser: hacer visible un problema, construir una visión conjunta y una estrategia de acción, ampliar la atomización por desacuerdo, o avalar o reforzar el control del poder de la dictadura.
También los medios, a nivel de tácticas, hacen diferencias dependiendo de la naturaleza de las prácticas, como por ejemplo, actuar y después convocar al resto a sumarse, tiene un efecto muy diferente a comunicar, convocar, organizarse y actuar en conjunto.
Es aquí donde cobra importancia la «operación política» como táctica. Si en este momento, que se requiere destrancar el juego en la oposición, para poder fortalecerla y garantizar mayor impacto en su acción; en lugar de bregar por acciones de reconocimiento y comunicación para reorganizar y definir una visión, y diseñar e instrumentar de forma conjunta una estrategia, se usa la lógica de la «operación política» para forzar lo que hay que construir, en lugar de avanzar, se retrocede.
Las operaciones políticas se usan para imponer a tus potenciales aliados «tu liderazgo» y «tu estrategia y tácticas». Se trata de acciones que al «picar adelante», tratas de «mostrar la ruta» y hacer que los demás te sigan, ya sea porque «ven el camino», o porque no les queda más remedio.
Las operaciones políticas no comenzaron en 1999, son previas, pero a lo largo de estos 23 años, hemos podido ver muchas y siempre han jodido (me perdonan el francés) a la oposición y muchas veces han servido para fortalecer al oficialismo y su dictadura.
Es hora de que reconozcamos las operaciones políticas y las eliminemos como prácticas, si no queremos que cuando nos refiramos a estos 23 años y digamos «o muchos más de 23», no estemos haciendo alusión a los previos a 1999, sino a los posteriores. Desde hace muchísimo tiempo, es hora de reconocer a los otros opositores para sentarnos a construir una verdadera estrategia conjunta.
También es hora de eliminar el germen del personalismo político y de las falsas creencias de que «ser político es malo» y que «los militares ponen orden», para comenzar a ejercer una ciudadanía profundamente responsable.
¿23 años, o muchos más de 23?